El 30 de junio del año 1521 fue probablemente el día más triste y
trágico que el legitimismo navarro tuvo que afrontar en todos los años que
duró la Guerra de Navarra. Tras la entrada del ejército legitimista y la
rápida liberación del reino, operada en menos de tres semanas, la llegada
de refuerzos españoles desde Logroño y Tarazona había obligado a Asparrots
a replegarse hacia la capital. Buscando una posición fuerte, los
franconavarros se atrincheraron en torno al pueblecito de Noain,
con sus 30 cañones emplazados muy cerca del lugar donde hoy
se encuentra el aeropuerto y apuntando hacia el paso del
Carrascal, por donde esperaban que apareciera el enemigo. Era
una ubicación ventajosa, la propia Pamplona guardaba sus
espaldas. Sabían que la situación era muy difícil, puesto que la
armada enviada por el emperador Carlos I les triplicaba en
número, pero desconocían, en cambio, que, mientras ellos vigilaban
el puerto, Francés de Beaumont, señor del palacio de Arazuri y buen
conocedor de la zona, guiaba a 500 soldados españoles por senderos de
montaña, para cruzar la sierra de Erreniaga y sorprenderlos por detrás.
La
batalla empezó bien para los navarros, con los cañones diezmando la
infantería enemiga, pero la aparición de Beaumont y los suyos causó el pánico
y sirvió para inutilizar la artillería de los aliados franceses, que fue
capturada. Ante lo apurado de la situación, el general Asparrots ordenó la
carga de la, hasta entonces, invencible caballería acorazada francesa, que
se estrelló contra las masas de picas españolas. En poco tiempo los
franceses fueron diezmados, al igual que la caballería ligera navarra y
las milicias de Pamplona, Ameskoa, Sangüesa y Cáseda, así como el
grupo de 2000 bajonavarros que lideraba Iñigo de Etxauz. Más de 5000
hombres murieron en el bando franconavarro, entre ellos tal vez el más
relevante Carlos de Mauleón, señor de Traibuenas y sobrino del mariscal
don Pedro. Los franceses también tuvieron pérdidas importantes, y el
propio general Asparrots cayó herido y fue hecho prisionero. La masacre
del 30 de junio de 1521 causó una honda impresión en toda Navarra, y hasta
los libros parroquiales del valle de Elorz recogen los ecos de
una batalla que debió de dejar sus campos sembrados de cadáveres. Así,
muchos años después, dos candidatos a ocupar el cargo de párroco de Noain
se reprochaban mutuamente haber participado en el desvalijamiento de los
soldados muertos.
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