2016 XVII. ESPARTINEN MARTXA

domingo, 1 de julio de 2018

Erronkaribarraren inguruko ausnarketa 3

Esa lengua que se llevaron las golondrinas (3)


 

 Karlos Zurutuza

                    Jot Down-en argitaratuta

 Soledad

Cuando Bonaparte dibujó su preciso mapa se estimaba en unos dos mil novecientos el número total de vascófonos en todo el valle, y puede que fuera aquel su máximo histórico. El entierro de Mariano Mendigacha, en julio de 1918, fue también el del último hablante de roncalés de Bidankoze. Para entonces ya había desaparecido en Garde y Burgi. «Los ancianos conocen la lengua, pero no la hablan», acotaba Pablo Fermín Irigaray sobre los cuatro pueblos restantes, en un estudio lingüístico realizado en 1935. La cifra de hablantes de roncalés se había reducido ya a seiscientos, que equivale casi a la población total del valle a día de hoy. El Pirineo se muere, también en Roncal.
Desde Izaba —a seis kilómetros al norte de la casa de Gayarre— Bernardo Estornés Lasa se resistía a quedarse de brazos cruzados. Aprendió la lengua perdida de sus padres, pero tuvo que huir cuando los falangistas fueron a buscarle a su casa, en los albores de la Guerra Civil en España. Su obra, prolífica a pesar del exilio, fue reconocida al ser nombrado académico por Euskaltzaindia —la Academia de la Lengua Vasca— en 1966. De entre su vastísima producción rescatamos Erronkari´ko Uskara —un manual del vasco del Roncal publicado dos años más tarde junto con su hermano, José—. Por supuesto, se lo dedicaron al príncipe Bonaparte, entre otros. Aquel sería uno más de entre sus muchos intentos de garantizar la supervivencia del roncalés, pero era luchar contra molinos de viento. En 1972, la muerte de María 
Ezker certifica la defunción oficial del vasco en Urzainki; dos años más tarde y cuatro kilómetros más arriba muere Antonia Anaut, la última de Izaba. Era como si un misterioso virus ascendiera por la carretera llevándose consigo a los hablantes de una lengua que, según Bonaparte, era la más vieja de Europa. Pero Estornés no desfallece, y organiza clases de roncalés para los más jóvenes de Uztarroze, el último pueblo del Roncal; el más septentrional y aislado.
«Era duro», recuerda hoy Julio de Miguel. «Salir de la escuela y ver a tus amigos ir a bañarse al río mientras tu seguías encerrado en clase…». Por supuesto, tampoco funcionó.
Ya mencionábamos al principio que Fidela Bernat, de Uztarroze, fue la última hablante nativa. En YouTube encontrarán fragmentos de entrevistas que le hicieron en Pamplona, donde pasó sus últimos años antes de llevarse con ella la lengua de los roncaleses. Fidela recordaba así sus años de golondrina:
Erribrara xoaitan zia gizona, Erribrara, eta gu neskatoak, bai, lumiak Frantziara espartiña egitra, baia gero xin zia gerra kan, eta baratu gintia urte bat edo bi akabartion gerra eta gero xoaitan gintia baia kontrabandoz xoan gindian behin.
(‘Los hombres se iban, a la Ribera, y nosotras, las chicas, sí, (…) a Francia, a hacer alpargatas, pero luego llegó la guerra allá, y paramos uno o dos años hasta acabar la guerra y luego fuimos, pero de contrabando, una vez’).
En esa misma entrevista dice no entender cómo pudo aprender la lengua; solamente la escuchó de sus padres, principalmente a su madre, «y de una tía que siempre hablaba en uskara». Pero hacía más de veinte años que habían muerto y, desde entonces, no la había hablado con nadie más. Suponemos que Gayarre compartió ese mismo sentimiento de incomunicación y soledad en sus años de viajes por toda la geografía; quizá fuera lo que le impulsaba a escribir a su tía Juana, como cuando la invita a visitarle en Barcelona, en 1884. Él correrá con los gastos de viaje y alojamiento. Además, no hace nada de frío, y comerán muy bien.

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