2016 XVII. ESPARTINEN MARTXA

miércoles, 15 de junio de 2022

2022 Trashumancia

 

La trashumancia

Un estilo de vida de los pastores roncaleses

 

Una mirada atenta a los cuarteles del escudo  de nuestro valles nos indica que los antiguos moradores de este valle realizaron hace muchos siglos gestas memorables e heroicas  que fueron recompensadas por los monarcas navarros.

Dos son los hechos históricos que debemos relatar. En primer lugar la legendaria batalla de Olast acaecida hacia los años 785 cerca de Yesa junto al puente de los Navarros, en la que una mujer roncalesa cortó la cabeza del poderoso Abderraman. 



Y el episodio bélico de Ocharan, despoblado de las Bardenas, en el que el ejército roncalés combatió activamente derrotando a las tropas musulmanas que hostigaban el sur del reino.

 

En agradecimiento a su valor y lealtad se concedió  a los roncaleses y roncalesas el privilegio perpetuo de utilizar los pastos de las Bardenas Reales, hasta entonces patrimonio de la Corona. Privilegio y derecho que seguirá siendo confirmado por  los sucesivos monarcas.

 

Quizás aquellos intrépidos luchadores no eran conscientes de lo que suponía esta concesión, pero la realidad es que partir del siglo XVII, cambió su forma de vida y cambiaron las armas por el pastoreo.

 

Los historiadores nos hablan de que en 1684 se juntaban en las Bardenas 200.000 ovejas---una cifra posible ya que en aquella época las 42.000 hectáreas eran pastos para el ganado--.El censo lanar de 1817 nos habla de 90.000 cabezas y en 1986 la cabaña lanar descendía a 22.800 ovejas. Estos últimos años alrededor de 8.000 ovejas han realizado la trashumancia.



 

Nos cuesta contabilizar los millones de ovejas y millares de pastores que durante siglos bajaron del valle a las Bardenas. Una ruta de ida y vuelta de 135 km que une los puertos roncaleses con  Ejea de los Caballeros.

 

Al llegar la San Miguelada los pastores y rapatanes, ataviados con sus espalderos y abarcas, una vez contadas y marcadas las ovejas de cada casa, se agrupaban para iniciar la trashumancia. Por delante iban los chotos o iraskos con sus trukos o esquilones, los pastores repartidos entre el rebaño y detrás los perros azuzando a las ovejas remolonas.

 

Una nube de polvo envolvía el rebaño, mientras que los jóvenes  que hacían la trashumancia por primera vez, volvían su cabeza con lágrimas en los ojos despidiéndose de su familia que se quedaba en el pueblo. Unas familias a las que esperaba un crudo invierno y que todavía tenían que decir adiós a las jóvenes mujeres que  irían a trabajar a las fábricas de Maule.

 

La marcha por la Cañada duraba entre 7 y 10 días y se atravesaban  los pueblos del valle de Roncal,, Castillo Nuevo, Sierra de Leire, Yesa, Sanguesa, Gabarderal, Descampado de la Peña, Caseda, Carcastillo hasta llegar al Paso, punto de entrada a las Bardenas.

 

Tras lanzar unos cohetes, por delante del monumento de piedra al pastor Bardenero, entran con estrépito los rebaños de Zaraitzu y Erronkari que pasarán el invierno en los pastos de la ribera. Unos se quedarán en el Plano cerca del Paso, otros se instalarán en la Bardena Blanca y algunos bajarán más al sur hasta la Bardena Negra.

 


Un año más las viejas cabañas y apriscos cobraban vida. Unas cabañas sin luz eléctrica, con una chimenea de leña al fondo que hacía de estufa y de fogón para cocinar, con dos bancos de piedra a cada lado, uno para dormir y el otro para sentarse y con unas estanterías de madera clavadas en las paredes para colocar los productos comestibles, utensilios de cocina y objetos básicos de higiene. Unas cabañas sin muchas comodidades.

 

Los pastores de las cabañas al caer la noche encerraban su ganado en el corral. Después entraban en penumbra a su cabaña y prendían con una tea la leña seca. Poco después  preparaban en el fuego su cena. El interior de la cabaña se caldeaba y se hacía más acogedora. Afuera ladraban los perros. Las ondas de un pequeño transistor les acompañaban mientras cenaban. No tardarían mucho en acostarse junto a las brasas del fogón pues al amanecer les esperaba un duro quehacer.

 

Sin embargo ellos sabían que no estaban solos…que tenían amigos no solo en las otras cabañas , sino también en los pueblos cercanos a los que se desplazaban cada cierto tiempo para realizar las compras. Y sobre todo sentían que sus familias esperaban su regreso al final de cada primavera.

 

Durante los largos y fríos inviernos las mujeres que se quedaron en nuestros pueblos se convirtieron en las guardianas de los hogares, cuidando de la familia y manteniendo vivo el uskara y nuestras tradiciones,

 


Algunos pastores roncaleses se quedaron a vivir en los pueblos limítrofes de las Bardenas. Pero la mayoría regresaron al valle con una gran ilusión. Seguramente que el camino de vuelta a casa sería más llevadero y que su corazón latiría con más fuerza  a la hora de abrazar a sus seres queridos De nuevo el valle había renacido.

 

Reencuentro intenso pero demasiado breve ya que los pastores debían seguir con sus rebaños hacia Belagua, Belabarce, Santa Barbara y otras sierras para adecentar las muideras, ordeñar el ganado y comenzar la producción artesanal del afamado queso roncalés .

 

La vida de hoy de nuestras pastoras y pastores es muy diferente y poco tiene ver con la transhumancia de aquellos primeros años. Esa vida tan dura que llevaron nuestros mayores se ha ido modificando y las familias que han optado por el pastoreo  pueden llevar una vida más digna.

 

Sin embargo la realidad es que nuestro sector primario no está pasando su mejor momento y tenemos  que apoyarlo, posibilitando que el trabajo de nuestras  ganaderas y ganaderos vaya mejorando y buscando  nuevas alternativas para que sea  un trabajo rentable y atractivo para todas las personas que  en un futuro apuesten por él y quieran vivir en nuestro valle.

Koldo Viñuales

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